martes, 23 de abril de 2024

El vuelo de la libertad

En un tranquilo vecindario, donde las sonrisas de los niños iluminaban las calles durante el día, y las estrellas adornaban el cielo por la noche, se escondía una historia de oscuridad y opresión. En el número 23 de la calle Robles, una familia aparentemente normal guardaba un secreto inimaginable: su propio hijo, un niño inocente, era prisionero en su propio hogar. La historia de este niño, cuyo nombre era Lucas, comenzó como cualquier otra. Nació en el seno de una familia aparentemente feliz, pero su destino tomó un giro oscuro cuando sus padres, consumidos por sus propias miserias, decidieron apartarlo del mundo exterior. Lo encerraron en el sótano de su casa, donde la luz del sol no alcanzaba a penetrar y los sonidos del exterior eran solo un murmullo lejano. Días, meses, años pasaron, y Lucas creció en la penumbra, sin más compañía que sus propios pensamientos y la esperanza de algún día ser libre. Con el tiempo, su fe en la humanidad se desvaneció, pero un destello de esperanza permaneció encendido en su corazón, alimentado por el recuerdo de un águila que había visto una vez desde la ventana de su prisión. Esa imagen se convirtió en su obsesión, su símbolo de libertad. Soñaba con emular el vuelo majestuoso del ave, escapar de su cautiverio y alcanzar las alturas donde ningún ser humano pudiera alcanzarlo. Pero la realidad era implacable, y sus intentos de escape siempre terminaban en fracaso, castigados por la crueldad de sus captores. Sin embargo, el destino tenía preparada una sorpresa para Lucas. En una fría noche de invierno, cuando la esperanza parecía haberse desvanecido por completo, el sonido de un aleteo resonó en el sótano. Con asombro, Lucas vio cómo un águila, majestuosa y poderosa, se posaba frente a él, como si entendiera su desesperada situación. Con valentía y determinación, Lucas extendió su mano temblorosa hacia el ave, y para su sorpresa, esta no huyó, sino que se posó en su brazo. En ese momento, una chispa de coraje ardió en el corazón del niño, y con la ayuda inesperada del águila, se abrió paso hacia la libertad. Juntos, volaron hacia el cielo estrellado, dejando atrás el sótano oscuro y los grilletes del pasado. Lucas finalmente era libre, libre para explorar el vasto mundo que se extendía ante él, libre para vivir una vida que le había sido arrebatada injustamente. Y así, la historia del niño rehén de sus propios padres se convirtió en un testimonio de la fuerza del espíritu humano, de la capacidad de encontrar esperanza incluso en los lugares más oscuros. Y en lo más alto del cielo, donde el águila y Lucas volaban juntos, se escribió un nuevo capítulo, un capítulo de libertad, de valentía y de un vínculo indestructible entre un niño y su salvador alado. Fuente: I.A.

Recuperación Triunfante: El Renacimiento del Vivero de Ciudad del Este

En un testimonio inspirador de resiliencia y compromiso ambiental, el vivero de Ciudad del Este ha emergido de las sombras del abandono para florecer una vez más como un oasis verde en medio de la urbanidad. En años anteriores, este lugar emblemático había sido relegado al olvido, convirtiéndose tristemente en un depósito de desechos, un monumento a la negligencia y la falta de visión. Sin embargo, el destino del vivero cambió radicalmente gracias a un esfuerzo concertado de la comunidad y las autoridades locales. Con un renovado sentido de propósito y determinación, se emprendió un ambicioso proyecto de recuperación que ha dado frutos asombrosos. Lo que una vez fue un vertedero de desperdicios ahora es un testimonio vivo de la capacidad de regeneración de la naturaleza y el poder transformador del esfuerzo humano. Al caminar por los senderos del vivero hoy en día, uno queda maravillado por la belleza que se extiende a su alrededor. Las áreas que antes estaban ahogadas por la maleza y la basura ahora están adornadas con una exuberante variedad de plantas nativas y árboles frondosos. El aire está impregnado con el dulce aroma de las flores en flor, y el canto de los pájaros ha regresado para alegrar el entorno. Pero la recuperación del vivero no es solo una cuestión estética; es un símbolo de esperanza y renovación para toda la comunidad. Es nuestro deseo que este espacio ahora sirva como un centro de educación ambiental, donde se lleven a cabo talleres y actividades para concienciar a las personas sobre la importancia de preservar nuestro entorno natural. Además, el vivero se ha convertido en un refugio para la fauna local, proporcionando un hábitat vital para diversas especies de animales, principalmente aves
. El renacimiento del vivero de Ciudad del Este es un recordatorio poderoso de lo que podemos lograr cuando trabajamos juntos en armonía con la naturaleza. Es un testimonio de la capacidad de transformar la adversidad en oportunidad y de convertir la desolación en belleza. Pero sobre todo, es un llamado a la acción, recordándonos que la protección de nuestro medio ambiente es una responsabilidad compartida que debemos abrazar con fervor y dedicación. En un mundo donde la degradación ambiental es una preocupación cada vez más urgente, el ejemplo del vivero de Ciudad del Este brilla como un faro de esperanza, iluminando el camino hacia un futuro más sostenible y próspero para las generaciones venideras. Fotos: Olga Bertinat de Portillo y Jonás González

martes, 16 de abril de 2024

Esterilizar los perros callejeros es una medida importante por varias razones:

Control de la población: La esterilización ayuda a controlar la superpoblación de perros callejeros. Muchos perros no esterilizados se reproducen sin control, lo que lleva a un aumento en el número de perros sin hogar. Esto puede resultar en problemas de salud pública y bienestar animal, así como en conflictos con las comunidades locales. Bienestar animal: Los perros callejeros enfrentan una serie de desafíos, incluida la falta de acceso a alimentos adecuados, refugio y atención veterinaria. La superpoblación agrava estos problemas, ya que hay más competencia por recursos limitados. Esterilizar a los perros callejeros puede ayudar a reducir la competencia por recursos y mejorar el bienestar general de la población canina callejera. Reducción de problemas de comportamiento: La esterilización puede ayudar a reducir ciertos problemas de comportamiento en los perros, como la agresión y el vagabundeo en busca de pareja durante el celo. Esto puede hacer que los perros sean menos propensos a involucrarse en peleas con otros perros o con humanos, lo que a su vez puede hacer que sean más seguros para interactuar con la comunidad. Esterilizar a los perros callejeros es una medida importante para controlar la población canina, mejorar el bienestar animal y reducir los problemas de comportamiento, lo que beneficia tanto a los perros como a las comunidades en las que viven.

La Importancia de la Esterilización de Perros y Gatos Callejeros

En las calles de nuestras ciudades, vagan numerosos perros y gatos sin hogar, enfrentando una existencia marcada por el hambre, el frío y la enfermedad. Este problema no solo afecta a los animales, sino también a las personas y al entorno en el que conviven. En este contexto, la esterilización se presenta como una herramienta esencial para abordar esta situación y sus consecuencias negativas. Uno de los beneficios más significativos de la esterilización es el control de la población animal. Los perros y gatos callejeros tienen una alta capacidad reproductiva, lo que conduce a un rápido aumento de su número si no se toman medidas adecuadas. Esta superpoblación no solo agrava la situación de los propios animales, sino que también contribuye a problemas como la transmisión de enfermedades, la competencia por recursos limitados y los conflictos con humanos y otras especies. Además, la esterilización tiene efectos positivos en la salud y el bienestar de los animales. Reduce el riesgo de enfermedades reproductivas, como infecciones uterinas y cáncer de testículos, que son comunes en animales no esterilizados. También puede disminuir comportamientos no deseados, como el marcaje territorial, la agresión y el deambular, lo que mejora la calidad de vida tanto de los animales como de las personas que interactúan con ellos. Otro aspecto importante es el impacto positivo en la convivencia humana-animal. Los perros y gatos callejeros pueden representar un riesgo para la salud pública al transmitir enfermedades como la rabia y la toxoplasmosis. Al esterilizar a estos animales, se reduce la probabilidad de reproducción y, por lo tanto, la propagación de enfermedades, protegiendo así a las comunidades locales.

jueves, 2 de noviembre de 2023

La bruja de la cueva

En lo más profundo del bosque, oculta entre la maleza y las sombras de los árboles, se encuentra una cueva ancestral, un reino de oscuridad y misterio. Las ramas retorcidas y cubiertas de musgo dan la bienvenida a los valientes que se aventuran en su dirección, aunque pocos se atreven a acercarse lo suficiente para sentir el frío que emana de su entrada. El aire está cargado con un aura inquietante, un presentimiento de peligro y malicia que se arraiga en el corazón de cualquier alma imprudente que se atreva a acercarse. Dentro de la cueva yace una penumbra perpetua, apenas disipada por la tenue luz de unas cuantas velas que parpadean débilmente en los rincones más recónditos. Los muros rugosos y húmedos están adornados con runas antiguas y símbolos enigmáticos, inscritos con sangre seca y desgastados por el paso de los siglos. En el centro de la caverna, rodeada de un círculo de huesos y cráneos humanos, se alza una figura siniestra y encorvada, envuelta en harapos y portando un cetro de hueso. Es la bruja, una entidad oscura que ha habitado la cueva por incontables generaciones. Su mirada es penetrante y fría como el acero, sus ojos centellean con un hambre inextinguible y una sed de sangre que solo puede ser saciada por las almas imprudentes que se extravían en el bosque. Con cada paso, su sombra se alarga y se enreda con los miedos más profundos de aquellos que osan enfrentarla. La leyenda cuenta que la bruja, en un desesperado intento por prolongar su vida, ha conseguido engañar a la muerte misma durante mil años. Se alimenta de la esencia vital de los viajeros y cazadores que se aventuran en su territorio, bebiendo su sangre para mantener su eterna existencia. A medida que los siglos han pasado, su sed de poder se ha vuelto insaciable, y su maldición ha oscurecido aún más su alma. Pero hay una profecía, transmitida de generación en generación por los sabios del pueblo cercano, que revela el único medio para poner fin a su reinado de terror. Solo cortando su cabeza podrá la bruja ser derrotada, liberando finalmente al bosque de su yugo opresivo. Aquellos valientes que se atrevan a enfrentarla deben estar dispuestos a luchar con coraje y determinación, sabiendo que la batalla contra la bruja de mil años no será fácil ni misericordiosa. La cueva permanece en silencio, un eco de secretos y horrores que ha guardado a lo largo de los siglos. Mientras tanto, la leyenda de la bruja continúa tejiendo su oscura red sobre los corazones de aquellos que se aventuran demasiado cerca, recordándoles que en lo más profundo de la oscuridad, el peligro acecha y la única esperanza reside en el valor de aquellos que se atrevan a desafiarla. FUENTE: I.A:

viernes, 25 de agosto de 2023

La casa de la montaña

En lo alto de una imponente montaña se alzaba una misteriosa casa, rodeada de densos bosques y rodeada por una niebla perpetua. La gente del pueblo cercano hablaba en susurros sobre la casa, ya que se decía que estaba maldita. Se rumoreaba que los dueños, un anciano matrimonio llamado Samuel y Eliza, habían muerto en circunstancias extrañas y que sus cuerpos descansaban bajo los cimientos de la casa. La leyenda decía que Samuel y Eliza habían vivido una vida tranquila y feliz en la cima de la montaña. Eran conocidos por su amabilidad hacia los demás y por su amor inquebrantable el uno al otro. Sin embargo, un oscuro secreto parecía acechar a la pareja. Una noche de tormenta, los lugareños aseguraban haber escuchado gritos desgarradores provenientes de la casa, seguidos de un silencio sepulcral. Cuando finalmente alguien se atrevió a acercarse, encontraron la casa desierta y en completo desorden, pero de Samuel y Eliza no había rastro alguno. Los años pasaron y la casa en la cima de la montaña quedó abandonada, pero su aura siniestra permanecía. La gente afirmaba ver luces parpadeantes en las ventanas durante las noches sin luna y escuchar susurros en el viento. Se creía que los espíritus de Samuel y Eliza todavía vagaban por su hogar, tratando de revelar la verdad detrás de su desaparición. Algunos aventureros valientes decidieron investigar el misterio. Descubrieron diarios antiguos en los que Samuel y Eliza habían registrado sus pensamientos y temores. En las páginas desgastadas, describían una presencia oscura que se había infiltrado en sus vidas, llenándolas de paranoia y desconfianza mutua. A medida que pasaba el tiempo, sus relaciones se volvían cada vez más tensas, y los diarios revelaban su lucha por mantener su amor intacto. Finalmente, en una última entrada, Samuel confesó que había matado accidentalmente a Eliza durante una acalorada discusión, bajo la influencia insidiosa de la presencia malévola que los acosaba. Atormentado por lo que había hecho, decidió enterrarla en el lugar que más amaban: bajo los cimientos de su hogar. Con esta revelación, la maldición que había envuelto a la casa comenzó a desvanecerse. Los espíritus de Samuel y Eliza finalmente encontraron la paz, y la casa dejó de ser un lugar de temor. Los lugareños comenzaron a cuidarla y a restaurarla, convirtiéndola en un monumento a la trágica historia de amor y tragedia. La montaña ya no estaba marcada por el misterio oscuro, sino por la redención y la esperanza de que incluso en la oscuridad más profunda, el amor verdadero podía encontrar una manera de brillar. FUENTE: I.A.

miércoles, 23 de agosto de 2023

La Misteriosa Desaparición de Sabrina: Un Vacío en Nuestros Corazones

En un tranquilo vecindario, donde las casas se alinean en armonía y las risas de los niños llenan el aire, ha surgido un sentimiento de pesar que se extiende como una sombra sobre los corazones de sus habitantes. Todo comenzó el día en que Sabrina, la gata que llenaba de alegría y travesuras los hogares de muchos, desapareció misteriosamente, dejando tras de sí un profundo vacío. Sabrina, con su pelaje suave como el terciopelo y sus ojos curiosos que parecían contener todo el universo, solía pasear por los jardines y callejones del vecindario con una gracia inigualable. Su presencia era como un rayo de sol en los días nublados y una amiga leal en los momentos de soledad. Sin embargo, un día, tras un paseo habitual, no regresó a casa. La preocupación inicial se convirtió en angustia cuando las horas se convirtieron en días y los días en semanas. Cada rincón del vecindario fue explorado en busca de algún rastro de Sabrina. Los niños que solían reír mientras jugaban con ella ahora recorrían las calles con la esperanza de encontrarla. Los adultos, con linternas en mano, exploraban cada esquina y escondite. Sin embargo, su búsqueda fue en vano, y el paradero de Sabrina permanecía envuelto en un misterio que nadie podía resolver. La ausencia de Sabrina dejó un hueco en el corazón de todos aquellos que la conocieron. Los momentos de juego en el jardín y las noches acurrucados en el sofá mientras ronroneaba quedaron grabados en la memoria de todos. Los vecinos comenzaron a recordar cómo Sabrina había sido parte de sus vidas de maneras que nunca habían imaginado; su desaparición había resaltado la importancia de su presencia. Aunque Sabrina no ha regresado, su espíritu sigue vivo en el vecindario. En cada ventana entreabierta y en cada pequeño rincón soleado, su recuerdo parece susurrar a través del viento. El deseo de su regreso persiste, y mientras tanto, la comunidad se ha unido en solidaridad para apoyar a la familia de Sabrina en su búsqueda y esperanza. En esta pequeña porción de mundo, la ausencia de una gata llamada Sabrina ha dejado una huella imborrable. Su desaparición recordó a todos que las conexiones que forjamos con los seres queridos, sean de dos patas o cuatro, son verdaderamente especiales. Y así, mientras el misterio de su desaparición permanece sin resolver, Sabrina sigue viva en los corazones y recuerdos de aquellos que la amaron. Fuente: I.A. Fotografía Olga Bertinat de Portillo

viernes, 18 de agosto de 2023

El gallito Chiquitín: Por Olga Bertinat de Portillo

En una granja hermosa y llena de árboles había nacido un pollito muy pequeño. Entre sus hermanos era el más chiquitito. La Mamá Gallina al verlo tan pequeñín se preocupó mucho y fue a visitar a Mamá Pata para que lo viera y para que le diera su opinión. -No te preocupes, Mamá Gallina-dijo la Mamá Pata. Tu pollito es hermoso, fuerte y sanito. Al escuchar las palabras de Mamá pata, la Mamá Gallina se tranquilizó y se fue contenta a su casa. Los días pasaron rápido y el pollito chiquitín era muy distinto a sus hermanos que crecían sin parar, notándose en sus patas, que eran cada vez más largas; sin embargo él, tenía las patitas tan cortitas que no le permitían saltar y subirse a los troncos como lo hacían sus hermanos. Las plumas del pequeñín también eran diferentes pues a medida que pasaba el tiempo el pollito iba tomando un color blanco como algodón y se iba transformando en un hermoso gallito. Sus hermanos también crecieron y ahora ya eran gallos y gallinas de color marroncito y le doblaban en estatura. El pequeñín muy curioso quiso saber el porqué de esa diferencia entre sus hermanos y estuvo haciendo preguntas por todo el corral. Habló con la Señora Vaca, con Doña Cabra y con Doña Yegua que era muy viejita; todas ellas conocían mucho de la vida. Todas las señoras sonrieron cuando el gallito les preguntó porqué él era tan diferente a los demás. Todas ellas le dieron la misma respuesta: -En las diferencias está la belleza; no te preocupes por ellas. Simplemente vive la vida y busca tu felicidad. °CUENTOS y POEMAS Día de la niñez 2023 LA NIÑEZ Y EL PLANETA Lanzamiento especial Día de la niñez-Paraguay 16-08-2023 Dra. Norma Raquel López Jara EDITORIAL KAÑY

lunes, 14 de agosto de 2023

La desesperación: Poesía atribuída a José de Espronceda



Me gusta ver el cielo
con negros nubarrones
y oír los aquilones
horrísonos bramar,
me gusta ver la noche
sin luna y sin estrellas,
y sólo las centellas la tierra iluminar.

Me agrada un cementerio
de muertos bien relleno,
manando sangre y cieno
que impida el respirar,
y allí un sepulturero
de tétrica mirada
con mano despiadada
los cráneos machacar.

Me alegra ver la bomba
caer mansa del cielo,
e inmóvil en el suelo,
sin mecha al parecer,
y luego embravecida
que estalla y que se agita
y rayos mil vomita
y muertos por doquier.

Que el trueno me despierte
con su ronco estampido,
y al mundo adormecido
le haga estremecer,
que rayos cada instante
caigan sobre él sin cuento,
que se hunda el firmamento
me agrada mucho ver.

La llama de un incendio
que corra devorando
y muertos apilando
quisiera yo encender;
tostarse allí un anciano,
volverse todo tea,
y oír como chirrea
¡qué gusto!, ¡qué placer!

Me gusta una campiña
de nieve tapizada,
de flores despojada,
sin fruto, sin verdor,
ni pájaros que canten,
ni sol haya que alumbre
y sólo se vislumbre
la muerte en derredor.

Allá, en sombrío monte,
solar desmantelado,
me place en sumo grado
la luna al reflejar,
moverse las veletas
con áspero chirrido
igual al alarido
que anuncia el expirar.

Me gusta que al Averno
lleven a los mortales
y allí todos los males
les hagan padecer;
les abran las entrañas,
les rasguen los tendones,
rompan los corazones
sin de ayes caso hacer.

Insólita avenida
que inunda fértil vega,
de cumbre en cumbre llega,
y arrasa por doquier;
se lleva los ganados
y las vides sin pausa,
y estragos miles causa,
¡qué gusto!, ¡qué placer!

Las voces y las risas,
el juego, las botellas,
en torno de las bellas
alegres apurar;
y en sus lascivas bocas,
con voluptuoso halago,
un beso a cada trago
alegres estampar.

Romper después las copas,
los platos, las barajas,
y abiertas las navajas,
buscando el corazón;
oír luego los brindis
mezclados con quejidos
que lanzan los heridos
en llanto y confusión.

Me alegra oír al uno
pedir a voces vino,
mientras que su vecino
se cae en un rincón;
y que otros ya borrachos,
en trino desusado,
cantan al dios vendado
impúdica canción.

Me agradan las queridas
tendidas en los lechos,
sin chales en los pechos
y flojo el cinturón,
mostrando sus encantos,
sin orden el cabello,
al aire el muslo bello...
¡Qué gozo!, ¡qué ilusión!


Una escena de la serie 'Harlots. Cortesanas' 

https://www.elindependiente.com/tendencias/2017/07/07/cortesanas-el-negocio-del-sexo/


Fuente de la poesía: http://www.hispanoteca.eu/Literatura%20ES/Jos%C3%A9%20de%20Espronceda%20-%20Textos.htm


 

Lugares bellos y vida silvestre

Mamá con su hijito
La semana pasada estuve en el Club Monday de Ciudad del Este, me encantó poder observar monitos que viven el el lugar y que sobreviven pese a la deforestación y degradación de sus hábitats.

Una madre con su hijito en la espalda recorría el lugar buscando alimentos.

Fotos: Olga Bertinat

Vista del Río Paraná



Los monitos acercándose para buscar 
alimento

 

miércoles, 19 de julio de 2023

Verano pasado en Bombinhas

 

Termo, mate y bombilla
(Foto Olga Bertinat)

El año pasado fuimos a veranear a una hermosa playa de Brasil llamada Bombinhas.

Después de instalarnos en el hotel, Dani preparó el mate y nos sentamos en el balcón a disfrutar de la vista que era hermosa. 

Carla y Santi se fueron enseguida a la playa a disfrutar de la arena y a construir castillos. Agustín se fue a caminar hasta la otra playa y a comer milho verde.



La apacible vida de los gatos

Pirlo y Jhonny abrazados.Al fondo se ve
Neguiño (Foto Olga Bertinat)

 Los gatos son seres enigmáticos. A ellos les gusta comer y dormir (más aún cuando son viejos). Les encanta el calor del fuego o estar en la cama con frazadas calentitas. 


De vez en cuando realizar alguna travesura y traer algún bichito en sus bocas como queriendo obtener una felicitación por la hazaña.

Ahora que hace frío la cama es el lugar preferido de ellos y ronronean de felicidad.


martes, 27 de junio de 2023

Paloma: en sentido figurado

 En sentido figurado, el término "paloma" puede ser utilizado para referirse a una mujer de varias maneras, dependiendo del contexto. Aquí hay algunas posibles interpretaciones figurativas de "paloma" cuando se aplica a una mujer:

  1. Inocencia y pureza: En muchas culturas, las palomas se asocian con la pureza y la inocencia. Por lo tanto, llamar a una mujer "paloma" en sentido figurado podría implicar que se la ve como alguien inocente, pura o ingenua.

  2. Paz y armonía: Las palomas también son símbolos de paz y armonía. Si se describe a una mujer como "paloma" en sentido figurado, podría implicar que es alguien pacífico, tranquilo o que busca la armonía en las relaciones y situaciones.

  3. Fragilidad o vulnerabilidad: Las palomas son aves delicadas y pueden ser consideradas frágiles. Si se utiliza el término "paloma" para describir a una mujer, podría sugerir que se percibe como alguien vulnerable o necesitado de protección.

Es importante tener en cuenta que estos son solo ejemplos de interpretaciones figurativas y que el significado puede variar según el contexto y la intención del hablante.



Fuente Internet: I.A.(Inteligencia Artificial)


Ilustración copiada de Internet:


Serie
Gernika
Year
1998
Technics
Óleo sobre lienzo
Size
116x89 cm.
Actual location
Museo de la Paz. Gernika

https://www.gandarias.es/en/boceto-1-paloma-ensangrentada-del-cielo-llovia-sangre/

martes, 7 de febrero de 2023

1er. encuentro abierto de poetas hispano hablantes

Afiche del Encuentro
El 1er. encuentro abierto de poetas hispano hablantes me permitió conocer a distintos escritores de otras latitudes que  expresan su sentir gracias a la palabra.

No puedo dejar de agradecer a Mario Castro Navarrete por invitarme.



Participantes del Encuentro

 
Participantes del Encuentro

miércoles, 8 de junio de 2022

La Confesora de Impíos Jesús Tiscar Sandra XLVI Premio Internacional de Cuentos “Lena/L.lena”

Cuando el primo Lorenzo, en su lúcida y sufriente agonía, dijo querer confesarse con Jucia Mirtales, la confesora de impíos de Poblalánguida, su madre, la tía Dolores, se puso a llorar a gritos y mi padre tuvo que sujetar al tío Froilán, quien había reaccionado zarandeando a su hijo moribundo al tiempo que le gritaba que se había vuelto loco. Al primo Lorenzo lo habían mandado del seminario a su casa para que se muriera en ella. No quiso más hospitales ni más tratamientos: «Dios ya ha decidido», sonreía beatífico, «este cáncer mío es Su beso y Su llamada divina». Y es que Lorenzo era santo desde chico: un místico que decía ver la Santa Faz hasta en las manchas de sudor en las camisas de los labriegos; que ponía la otra mejilla, aunque la primera bofetada le hubiese derribado las muelas; que se quemaba la vista leyendo la Biblia; que no salía del «cuarto de juegos del Niño Jesús», esto es, la iglesia, y que me contaba vidas terribles de mártires y le advertía a mi pubertad de los justos y bien empleados fuegos a los que conducía el onanismo, término cuya etimología me acuerdo que me explicó una tarde de verano, a contraluz, de vacaciones, ya Lorenzo seminarista, con la voz muy espesa. De manera que, con su historial, el hecho de que el primo manifestara sus deseos de gastar los últimos alientos con aquella mujer no pudo por menos que provocar escándalo en la familia, tanto como extrañeza. ¿Para qué necesitaba un joven tan puro y creyente, futuro sacerdote nada menos, a esa tiparraca? 

Cierto es que, una Navidad que el primo seminarista pasó en Poblalánguida, a la tía Dolores y al tío Froilán le fueron con el cuento de que su hijo había sido visto esa noche llamando a la puerta de Jucia y que tardó más de una hora en salir de aquella casa, apresurado y sonriente, chismorreo que Lorenzo nunca llegó a confirmar ni a desmentir cuando se lo referían sus padres, quienes, en caso de que fuera cierto, trataban de justificarlo como una visita pastoral destinada a redimir a la pecadora. Y cierto es que, a partir de ese día, el primo, cuando venía a Poblalánguida, una de las primeras personas por las que preguntaba era por Jucia Mirtales —«esa descarriada y extraña mujer», la llamaba—: si seguía viva y ejerciendo su impía labor. Pero de ahí a que el alma de Lorenzo la necesitase en los últimos momentos de su existencia terrenal «van cuatro mundos y parte de un quinto», como decía mi padre. Así que allí estábamos, alrededor de la cama del primo, los niños mirando entusiasmados y los mayores intentando calmar los ánimos. Según el médico, el fatal desenlace era cuestión de horas: puede que tres, puede que seis, puede que nueve, puede que doce... «Así cualquiera acierta, ¿no te jode?», recuerdo que dijo entre dientes mi hermano mayor, de permiso de la mili, y que mi padre lo reprendió aguantándose la risa. A casa de mis tíos había llegado, además, familia de fuera que yo apenas conocía. Mi madre tuvo que traer de la panadería de Carmela dos bandejas de roscos de aceite, pues casi todos los recién llegados eran comilones y venían famélicos por el viaje. Había también un compañero de seminario del primo, Liborio Zolosón, un joven muy delgado que lloriqueaba como una señorita y suspiraba de una forma que, si no se le miraba la pena del rostro, con su saludable moquera, cualquiera hubiese dicho que sonaba a delicia de sodomita en éxtasis, daba un poco de sofocación. No obstante, y pese a su delgadez, Liborio tenía la boca más grande que he visto en mi vida y, entre suspiro y suspiro, se metía los roscos casi de dos en dos. Cuando, provenientes del dormitorio del agonizante, nos sobresaltaron los alaridos de la tía Dolores, mi padre les estaba sirviendo anís y coñac a todos. A Liborio Zolosón se le había pasado un poco la llorera y nos contaba en ese momento cómo Lorenzo había matado heroicamente una abeja que se les coló en el comedor del seminario, la cual tuvo en jaque y con los pelos de punta a los comensales, y cómo después se había arrepentido tanto de haber quitado de en medio a una criatura de Dios, tan afanosa además, que se colocó un cilicio en la cintura e hizo ayuno durante cuatro días, desoyendo las severas amonestaciones que por su exagerado proceder le dirigían los viejos clérigos. Los gritos de mi tía pusieron en pie a todos de golpe y acudimos en tropel a ver qué pasaba, imaginando lo peor, claro está. Tíos, primos, cuñados y demás familia irrumpimos en la alcoba (algunos no habían reunido la suficiente presencia de ánimo para dejarse en la m esa la copa de licor y atendían al drama con ella en la mano, otros masticaban roscos) y nos encontramos al tío Froilán inclinado sobre la cama, zarandeando a su hijo medio muerto, al que tenía cogido por las solapas de la chaqueta del pijama, gritándole que se había vuelto loco. Mi padre impidió que siguiera; a mi padre siempre se le dio muy bien eso de mediar en las pendencias y sosegar al personal: los taberneros de Poblalánguida (Solobuche y Letraefe) agradecían mucho su presencia a ciertas horas, pues era un hombre de natural dialogante y tenía la habilidad de desinflar arrestos con la palabra. La tía Dolores, en tanto, nos gimoteaba el motivo de su angustia, la cual venía a añadirse a la de llevar luto por un hijo de por vida: que Lorenzo había pedido que lo viera Jucia Mirtales, la confesora de impíos —requerimiento en el que el enfermo insistía con voz de barro seco desde su lecho de muerte—, y que a ver si no era para romperse el pecho de pena y desilusión. El tío Froilán lloraba como un chiquillo cuando mi padre lo sacaba de la habitación diciéndole que un coñac no le iba a venir mal, lo reconfortaría, mas el tío Froilán aseveraba que él no quería coñac, sino veneno, ¡veneno! —repetía—, a lo cual mi padre le respondió que tampoco era para ponerse así, hombre, y que no dijese más barbaridades. Las mujeres habían sentado a la tía Dolores en un butacón y todas coincidían en querer hacerle ver que lo que le pasaba a su hijo era que estaba delirando, el pobre, y que hablaba por hablar, sin ton ni son, lo primero que se le venía a las mientes, chaladurías..., calumnia que el propio muriente desmintió desde su cama a la par que nos miraba todos con los ojos muy abiertos, las pupilas amarillentas y la nariz ya afiladísima. Liborio Zolosón se acercó a la cabecera del compañero de seminario y, tras besar su frente con devota dem ora, le dijo que era un tonto y un alborotador y le ordenó, en tono muy dulce, que se callara, pues con los disparates que decía estaba haciendo sufrir mucho a su madre. Pero el primo Lorenzo no lo escuchaba. Tenía el rostro empapado en sudor y respiraba como si acabase de llegar a la cama tras una larga maratón. Fue entonces cuando alguien cayó en la cuenta de que los niños no deberíamos presenciar escenas tan dramáticas y nos conminaron a abandonar el cuarto. Los niños éramos yo y un primo segundo mío al que había conocido ese día, de nombre Francisquito, con gafas, quien se había pasado la tarde hablándome —con mucha menos pasión de la que yo ponía ante sus explicaciones— de las atrocidades teratológicas que con tanta frecuencia se daban en los animales del pueblo norteño en que él vivía. Y como ni Francisquito ni yo nos dimos por enterados, pues nos resultaba interesantísimo lo que allí estaba pasando, Trini, otra prima segunda a la que el primo segundo y yo acabábamos de conocer también —ésta ya adolescentona y urbana, medio tonta—, nos invitó a salir con ella de aquella alcoba del dolor y el despropósito, donde la muerte paseaba su capa de saco, con la promesa, innecesaria y al oído, ya camino de un cuarto de la plancha cualquiera, de que nos enseñaría el chumi —así dijo— si le contábamos quién era esa Jucia, «porque yo es que no me cosco, primos», añadió Trini, y tanto a Francisquito com o a mí nos pareció justo el intercambio de conocimientos que la pariente nos pro ponía. Jucia Mirtales, la confesora de impíos de Poblalánguida, sabía muy bien de qué colores eran los pecados de los ateos moribundos a los que escuchaba en confesión. Jucia había sido monja de clausura en un convento lejanísimo —claro— hacía ya muchos años. Los ateos, los agnósticos, los herejes, los blasfemos, los comunistas, los libertinos de Poblalánguida y demás ralea de inspirados por Satanás, cuando sentían, por el frío acartonamiento de las sábanas, que aquel ya era su lecho de muerte, requerían a gritos los servicios espirituales de Jucia Mirtales, la confesora de impíos, tan desaforadamente que sus familiares, por devotos que fuesen, terminaban llamándola aunque sólo fuera para que el agonizante se callara de una vez y los dejara dormir en paz. Recuerdo mi pueblo sobrecogido al paso renqueante de Jucia, quien se hacía acompañar de una monaguilla muy pálida y fea, vestida de primera comunión, que no era una niña de Poblalánguida, que nadie conocía, aunque todos sabíamos que se llamaba Lera y que —por supuesto— estaba muerta y enterrada en algún nicho de un enorme cementerio, también muy lejano. Los vecinos seguían a Jucia algo más que a cierta distancia para ver en qué casa se metía, si bien todo el mundo estaba al tanto de quién andaba muriéndose y en qué condiciones iba a entregar el alma, o sea que lo que hacían los vecinos era corroborarlo para escandalizarse más y mejor. La monaguilla Lera, delante de Jucia Mirtales, quien, como ciega, apoyaba una mano en un hombro de la niña, iba tocando una campana de cristal muy gordo que apenas sonaba, pues el badajo era un hueso, decían que de lobo. La confesora de impíos vestía los mugrientos hábitos de la monja que fue y se cubría la cara con un velo blanco lleno de lamparones. Entre las dos, Jucia y Lera, atravesando las calles de Poblalánguida, inspiraban una suciedad como de exhumaciones y pecados sacrílegos. Daba mucho repelús y hasta cierto asco verlas. La prima Trini se tomó la cosa a risa, «movidas de los pueblos», dijo, y no se quitó las altas botas de amazona para bajarse los vaqueros, dispuesta a cumplir su parte del trato. A los pocos minutos, mientras la prima segunda nos instruía, con un tono muy docente, a Francisquito y a mí acerca de las funciones tan importantes que cum plía aquello que nos mostraba, oí que mi padre me llamaba, preguntándose indignado dónde m e había metido, así que tuve que abandonar el aula —Francisquito muy cerca de la pizarra, dada su condición de miope— para ir a ver qué quería m i padre antes de que éste supiera en qué enseñanzas andábamos. Y lo que mi padre quería es que fuese yo quien avisara a Jucia Mirtales, algo que me llenó de orgullo y miedo a un tiempo, siendo este último sentimiento el que me impulsó a preguntarle por qué me habían elegido a mí, a lo que mi padre respondió que porque en aquella familia nadie tenía los suficientes huevos, él el primero, y que cuando faltan huevos lo mejor es mandar a un crío, siempre y cuando ese crío fuese tan formal y responsable como yo. Esto me puso aún más orgulloso. De pronto, a los diez años, me había convertido en un hombre por partida doble y en un breve lapso: el que medió entre haber conocido hembra —al menos de lejos— y ser destinado para la ejecución de una empresa tan delicadamente familiar como era la de ir a decirle a la confesora de impíos de Poblalánguida que tenía faena con un seminarista en las últimas. Al parecer, una opinión vertida por Liborio había sido determinante en la decisión de cumplir con la última voluntad del prim o Lorenzo. El seminarista de la bocota, quien se hallaba al tanto de la historia de Jucia Mirtales por habérsela referido su compañero en varias ocasiones, dijo estar seguro de las verdaderas intenciones del primo al solicitar la presencia de tan estrambótico personaje. Liborio Zolosón sabía que, en efecto, Lorenzo había visitado aquella Navidad a Jucia en su casa. ¿Para qué? Muy sencillo y nada más lejos de lo escandaloso era el motivo: todo se debía a la labor redentora que tan fuertemente iba implícita en la rotunda vocación sacerdotal de Lorenzo, hasta tal punto que, siendo el de María Magdalena uno de sus pasajes bíblicos preferidos, de vez en cuando se escapaba del seminario a los prostíbulos, donde más lo necesitaban, extralimitándose en sus funciones, claro que sí, puesto que aún no había sido ordenado sacerdote, pero cargado de mucho amor a Jesucristo y libre de toda intención reprobable. «Qué duda cabe —siguió explicando Liborio Zolosón, lejos de los oídos del moribundo— que si hay una casa en este pueblo donde las palabras de Lorenzo, encaminadas al temor de Dios, sean necesarias, esa casa es la de la tal Jucia Mirtales». Lo que el primo seminarista deseaba saber antes de irse con Dios, según el compañero Zolosón, era una respuesta que la confesora de impíos de Poblalánguida le debía desde aquella visita navideña, en que se la prometió, aunque Liborio desconocía la pregunta, en eso Lorenzo siempre se había mostrado muy discreto. «Sí —dijo el tío Froilán—; pero a ver quién le hace creer esa gaita a la gente...». No obstante, sus padres, por fin, consintieron darle aviso a Jucia.

Antes de partir pensé en pavonearme ante los primos segundos por lo que me habían encomendado los adultos, pero no lo hice, pues seguram ente se empeñarían en acom pañarme y aquello era algo que y o quería y tenía que hacer solo. Que siguieran con su clase, la cual a mí me había empachado un poco. Mi madre me despidió con un beso llorica y me ordenó que volviera corriendo en cuanto diera el recado, a poder ser desde lejos, y que por nada del mundo se me ocurriera entrar en casa de ésa. Liborio Zolosón me apretujó las mejillas con una sonrisa guarra, boqueritas blancas de saliva seca entre las cuales mediaban kilómetros de labios. Jucia Mirtales vivía en la parte más vieja de Poblalánguida, calle de las Altas, en una casa descascarillada, cerrada a cal y canto, enjalbegada hacía siglos. Y yo iba muerto de miedo. Como no alcanzaba al llamador de la puerta, di con los nudillos, pero la madera era de una solidez férrea y tuve que llamar a puñetazos. Quería acabar cuanto antes y largarme, tal y como me había ordenado mi madre. No tardaron mucho en abrirme, y quien lo hizo no fue Jucia Mirtales, sino una niña a la que tardé unos instantes en identificar como Lera, la monaguilla, pues no estaba vestida de primera comunión, sino que llevaba un jersey rosa y unos pantalones de pana negros. Así no parecía tan muerta y enterrada, me dije, ni tan fea. Lera me miraba en silencio, preguntándome con sus impresionantes ojos negros qué quería. Yo solté de carrerilla que mi primo Lorenzo, el seminarista, se estaba muriendo y que había pedido que fuera Jucia a verlo, tras lo cual me hubiese marchado a toda prisa si Jucia Mirtales, sin hábito de monja, sin velo, como una mujer corriente, una mujer madura y guapa, no llega a aparecer en ese momento detrás de la niña, con la cara desencajada de espanto. «¿Qué estás diciendo, qué estás diciendo?», me preguntó con la metida voz en lloro. Yo iba a repetir lo mismo que acababa de decir, pero ella se adentró en la casa, echándose las manos a la cabeza. Lera se fue tras ella y, me pareció, Jucia pronunciaba el nombre de Dios con amargura al tiempo que la niña la llam aba «tía Jucia». —Pasa, chiquillo. Pasa —dijo la confesora de impíos desde un fondo oscuro, pero no m e dio miedo, tan dulce fue su tono de voz .

Cuando volví a casa de mis tíos e informé de que Jucia Mirtales no iba a acudir, la noticia causó mucho más asombro e indignación que la inesperada demanda del primo. El desconcierto era tanto que nadie atinaba a preguntar las razones que la confesora pudiera haber dado para no venir, y todo eran reproches e insultos, sobre todo por parte de la tía Dolores, a quien supongo que era el alivio lo que en realidad la empujaba a echar pestes por su boca contra «esa bruja indeseable» que, encima, se permitía el lujo de decir que no a la llamada de un santo varón como su hijo. Fue Liborio quien se mostró más sensato y conciliador, interrogándome acerca de mi entrevista con Jucia. Yo expliqué que la confesora de impíos no me había dicho por qué no quería venir, pero que tenía un mensaje que darle a Lorenzo de su parte. Se hizo un gran silencio. La prima segunda, Trini, me miraba reprochándome el haber hecho la rabona y el primo segundo Francisquito, a su lado, sonreía con una cara muy rara. Toda la familia, conocida y desconocida, tenía las copas de licor y los roscos de aceite en suspenso, pendiente de mis palabras. Pero no les dije nada más. Me dirigí al dormitorio, donde se moría el primo, arrastrando a todos tras de mí. Me situé a la cabecera de la cama y toqué a Lorenzo para que abriera los ojos, si es que no había muerto ya. —¿Y Jucia? —preguntó. —No va a venir; pero m e ha dicho que te diga que la respuesta es « no». Una fresca, radiante sonrisa se dibujó en el lienzo ajado que era el rostro del primo Lorenzo, el seminarista. Volvió a cerrar los ojos, pero la sonrisa perduró hasta su muerte, pocas horas después. Una sonrisa a la que no hacía falta preguntarle nada, con la que Lorenzo decía claramente que ya se podía morir en paz.

Base novena XVL Certamen Internacional de Cuentos Lena: El trabajo galardonado pasará a ser propiedad del Ilmo. Ayuntamiento de Lena / L.lena, que se reserva el derecho a editarlo.



martes, 24 de mayo de 2022

Currículum Olga Bertinat de Portillo

 OLGA BERTINAT DE PORTILLO

Aunque nació en Uruguay, reside en Paraguay desde 1971.

Es Ingeniera Agrónoma por la Universidad Nacional de Asunción (1984) y Magíster en  Nutrición de Plantas y Producción Agrícola por  la Facultad de Ingeniería Agronómica de la Universidad Nacional del Este (2018).

Es Licenciada en Letras por la Facultad de Filosofía de la  Universidad Nacional del Este (2008).

Desde 2006 co-edita junto a Damián Cabrera  la revista/espacio de expresión cultural  El Tereré.

Por dos años consecutivos obtuvo Mención de Honor en el Concurso de cuentos breves “Dr. Jorge Ritter” (Asunción, Paraguay), ediciones XII (2009) y XIII (2010) con los relatos titulados: “El mensajero” y “El Teodorito”.

En el año 2012 participa en el Taller Literario Bilingüe Jaheka Ñe’ẽ Porã  dictado por la escritora Susy Delgado en la Universidad Nacional del Este; ese mismo año participa de un taller literario impartido por el escritor Damián Cabrera.

En el 2012 recibe el 2do. Premio en el  18° Concurso de Cuentos del Club Centenario (Asunción, Paraguay) con su obra “El peso de una maldición” y participa como invitada especial de la Antología 2012  con su cuento “Desde la vereda” organizado por la Subsecretaria de Cultura de la Provincia de Misiones (Argentina).

En el año 2014 recibe una Mención Especial en la 8ª  edición del Premio Elena Ammatuna de cuento corto (Asunción, Paraguay) con el título “Memorias del Obraje”.

En el año 2016 recibe la Tercera Mención en la 10ª edición del  Premio Elena Ammatuna de cuento corto con la obra “La criadita”.

En 2017 su cuento Gemelos   fue  preseleccionado para el Premio Itaú de Cuento Digital 2017 entre los  escritores paraguayos. 

Pertenece a E.P.A. (Escritoras Paraguayas Asociadas) y su cuento El hombre” forma parte de la antología de cuentos Ellas hablan. Cuentos sin mordaza que reúne los textos de 19 autoras con el propósito de impulsar el trabajo de las mujeres escritoras del país (2017).

En la Antología de E.P.A. "Mujeres en su propia compañía"  participó con el cuento Gemelos  (2019).

Participó en "Antología Pintada" fusión de pintura y literatura, con la poesía "Naturaleza en primavera" (2020).

http://www.portalguarani.com/3338_rosanna_lopez_vera_rolove_/40257_antologia_pintada__libro_digital__ano_2020.html

Participó en la Antología Poética “Día del Poeta Paraguayo” con  la poesía “Los espejos”  (coordinada por la escritora Mabel Coronel Cuenca) (2020).

Participó en la Antología “Diciembre 2020. Navidad” con el cuento “Rutina de diciembre” compilada por la escritora Princesa Aquino Augsten (2020).

Participó en la Antología “Madre” con la poesía “Ana María de Malvín” (compilada por la escritora Princesa Aquino Augsten  (2021).

Participó en la Antología “Todos somos libros. Antología de cuentos paraguayos” con el cuento “Amanda” (coordinada por la escritora  Milia Gayoso – Manzur) (2021).

Participó en la Antología de E.P.A. "Memorias y Escritos de primavera" con el cuento Vida en la memoria  (2021).

Participó en la Antología de E.P.A. "Memorias y Escritos de verano" con el cuento La jaula de las mariposas  (2022).

Participó en "Navidades en Clorinda y otras" una compilación de Aquino Augsten con el cuento "El pesebre" (2022).

Actualmente ejerce la Docencia y la Tutoría de Tesis en la Universidad San Carlos, Filial Ciudad del Este.

Mantiene desde 2011 el blog “La BoticA del REcreO”  http://olgalaurabertinat.blogspot.com/

Algunas de sus obras pueden leerse en: http://www.portalguarani.com/2533_olga_bertinat_de_portillo.html